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Tus ojos esmeraldas y tu mirada vidriosa me hacían sentir que no había nada más en este mundo que tú. Tú que inundabas cada sentímetro de mi piel cuando nos besabamos, tú que te escondías en las noches y aparecías en mi habitación, tú el primero que fue capaz de robar un beso, tú el único tú.

– Turco estúpido – Dijiste mientras estabamos en la reunión mundial, sé que tu orgullo es demaciado grande como para herirlo con un «te amo» o un «te quiero», frente a otro que no seas tú, pero yo sabía claramente que eras tú el que ronroneaba cuando te acariciaba y que encendía tus ojos en medio de la noche.

– Gato intruso – Bufé mientras me daba cuenta que el ruso miraba intensamente mi mirada… ¿Cómo era posible que viera un dejo de paz en su mirada?

– ¿Podrían dejar de pelear un instante? – Preguntó el japonés al griego con una mirada de súplica, no entendí a la primera… no obstante, no pude evitar sentir una incomoda sensación… aquello no me gustaba

– Claro, no te preocupes Japón – Le sonreíste y no pude evitar aquella mueca de disgusto que se dibujó en mi cara.

Ya me desquitaría contigo, el que podía recibir aquellas sonrisas era solo yo y nadie más.

La luz solar cayó y no pude evitar sentir como un leve alivio apareció en mi. Nuestras miradas chocaron en medio de la despedida rutinaria y no pude evitar sonreír nervioso… tan solo esperaba que con tu sigilo gatuno llegaras a mi habitación sin que ni un otro país se enterara.

Doce de la noche y no pude sentir un poco de soledad, mi mirada se reflejaba en aquella pipa gigante que no podía dejar de llevar a las reuniones mundiales… no había otra forma de tranquilizar mi celoso corazón. El humo de manzana se esparcía por la habitación y mi atuendo era aquella bata de seda que en algún momento me regalaste en uno de tus primeros viajes, aquellos viajes que tan solo hacía que nos extrañaramos y que nunca tenías miedo a decir lo que realmente sentías, o como espero… aún te siento.

En medio de aquella desasón, apareciste, en medio de la noche solo logré divisar tus verdes ojos. Aquella expresión de anhelo se apareció en tu cara y te lanzaste a mi. Pudiste acceder a mi cuerpo fácilmente y mi mirada no podía evitar sentir una extraña desasón.

– Heracles… – Intenté decir mientras veía como te arrancabas tu camisa de un tirón.

– ¿Qué pasa Sadiq?… ¿Estás nervioso? – Preguntaste intentando que me enojara, pero no lograste aquello tan solo lograste que con mis brazos separa nuestros cuerpos.- De verdad dime Sadiq ¿Qué te pasa? – Volviste a preguntar, al ver mi mirada acongojada no volviste a pronunciar palabra alguna.

– Heracles … ¿Tu me quieres? – Volví a preguntar mientras veía tu mirada intensa y no podía evitar perderme en tus ojos.

– ¿Qué pregunta es esa idiota?… ¡Claro que te quiero! – Dijiste un poco enfadado mientras te comenzabas a sacar con paciencia uno de tus botines negros.

– ¿De verdad? – Volví a preguntar sintiendo como mi corazón era el de una jovencita insegura.

– Claro, sino … ¿Qué estaría haciendo a? – Pero no te dejé volver a hablar, y tuve que interrumpir – ¿Qué sientes por Kiku? –  

– ¿Kiku?… es un amigo – Dijiste mientras mirabas al techo con un suspiro, estabas algo cansado, pero igual habías ido a mi habitación.- Sería imposible que sintiera algo por Kiku – Dijiste mientras sonreías nuevamente.

– ¿Por qué? – Mi cuerpo desnudo y dispuesto a tí comenzaba a sentir una delicada briza y tuve que tapar mi cuerpo con la bata nuevamente.

– Por esto – Dijiste mientras acariciabas mis mejillas con tus dedos y lentamente me besabas, pude sentir algo diferente a aquella enorme pasión que usualmente sentía, era diferente, muy diferente…

– Te amo – Solté inmediatamente cuando debíamos separar nuestros labios.

– Y yo a tí – Susurraste mientras volvías a desnudar mi cuerpo. Podía sentir en cada caricia que me hacías que era diferente y me encantaba… me encantaba sentir tu cuerpo sobre el mio llenandome de placer.

Puede ser que alguna vez te haya separado de tu madre por un capricho cuando aún era un jóven… pero ¿No sentiste lo mismo cuando te besaba?… ¿Tu no temblaste aquella vez que te rasgue la polera? o peor aún no fuiste tú el que me dijo que no viera cuando te desnudabas…

Eras adorable, tierno y delicado… recuerdo haber amenizado más de una pesadilla tuya o incluso algún estúpido capricho.

Como el primero…

– ¡Turquía cómprame un gato! – Dijiste cuando no llevabamos ni un sólo mes viviendo juntos.

– Y ¿Por qué he de comprar un gato para ti? – Pregunté… en esos momentos, tan solo eras un niño molestoso que no hacía nada más que pedir y reclamar cosas.

– Porque me gustan… y tu lo debes comprar – Tu lógica me sorprendió, pero no te iba a acatar tan rápidamente, debía escuchar algo que terminara por comprar el regalo.

El día pasó rápido… como eras un niño, tan solo te aburriste por pedir aquello y terminaste jugando con una de mis más recientes esposas… te divertiste todo el día y al final del día te habías quedado dormido arriba de la alacena intentando comer un trozo de chocolate.

– Dejame bajarte – Dije al momento de tomar tu cuerpo y te aferraste a mi cuerpo, tus ojos pequeños y tus mejillas regordetas me emocionaron, aunque no tanto como escuchar «De verdad quiero un gato Turquía…»

Al día siguiente en la puerta de la habitación, un pequeño gatito color castaño esperaba por tí.

Y es que si eras tú… todo era diferente… como la vez que me pillaste tomando la siesta en mi habitación, mi puerta estaba abierta e intentaba dormir, ya estaba con la cara relajada y mis ojos completamente cerrados hasta que sentí una presencia, al percatarme de tu aroma me quedé en la misma posición, en esa época ya estabas más grande y aparentabas un adolecente.

Al parecer me observaste un rato y sorpresa fue al momento en que tocaste mis labios con los tuyos… al parecer estabas comenzando a experimentar lo que era el amor y por como tocaste mis labios, aún eras inexperto.

Pero no fue la única vez, esas veces se repitieron más de una vez y en el momento en el abrí mis ojos tus ojos sorprendidos se separaron de mi, te susurré palabras bonitas y me abrazaste… como si hubieras esperado que pronunciara aquello…

me volvías loco y te lo hice sentir más de una vez…

Me encantaba tocar tu sedoso cabello mientras lo único que hacías era ronronear bajo mi mano… y más de una vez pensé que tu afinidad por los gatos, no era por su belleza, sino que la similitud que tenías tu con un pequeño minino que buscaba amor y compañía.

Pero ahora… muchos años después… lo único que hacer es pelear conmigo, y aún peor te veo con el japonés y lo único que quiero hacer es romper la cara de aquél asiático amante de los gatos, el cuál no tiene emoción alguna… ¿Realmente podías comparar mi pasión, con aquél asiático?…

… era adorable, tierno… no cabía duda… pero tú y yo, fuimos algo que nadie más pudo replicar en mi cuerpo o en mis noches frías… lo de nosotros, no fue sólo fuego pasional…

yo te amaba y tu a mi, aunque mejor dicho… yo todavía te amo. Y me duele verte con él.

Siempre pasas junto a mi, y no puedo… tan solo no puedo evitar sentir como un nerviosismo está en mi estómago y sube para sentir mis mejillas arder y ver como mi cara está totalmente sonrojada.

– Turco! – Gritaste en la conferencia cuando me viste, mi mirada se tornó nerviosa y ansiosa al ver como el inglés desteñido no soltaba tu mano en aquél simple saludo contigo.

– Fracis… ¡Que bueno verte! – Dije evitando mi nerviosismo en todo momento.

– Lo sé… pensé que traerías a una de tus esposas… hace tiempo que no las veo – Dijiste intentando establecer una conversación, aunque los dos sabíamos que con el inglés de por medio, iba a ser bastante difícil.

– Si, es que un par están embarazadas y las otras las ayudan… prefiero venir solo – Dije sonriendo de lado, y aunque me encantara estar en casa, no podía evitar pensar que en casa mi único trabajo era comprar alguna comida rara o aún peor terminar mudando a uno de mis hijos… cuando aquello era una tarea femenina por excelencia.

– Ahh… – Dijiste, viendo que no había más conversación.

– Bueno, los dejo… tengo que hablar algo importante con Japón, si me disculpan – Terminé diciendo mientras me alejaba de tu presencia, así no me podía poner nervioso e incluso no tenía que ver como el desaliñado te besaba en los labios como si fuera lo último en el mundo.

Odiaba pensar en como aquél estúpido que te odiaba hace no más de un año, ahora era la persona más cariñosa del mundo y aún más sacaba en cara frente a todos besando de manera profunda y deseosa tus labios. Cuando debería ser solo yo el que pudiera tocar esos gruesos labios, reclamar tu cuerpo o hacerte retorcer de placer.

Recuerdo la primera vez que hablamos, estabas triste y al parecer tus amigos de siempre no estaban  ahí para poder escucharte, fue extraño porque a pesar de ser europeos no, nos conocíamos nada y aún peor estabamos hablando como si fueramos intimos.

– Me encanta demasiado como para rendirme, pero sus palabras me duelen montones – Tus ojos llorosos llegan y calaron fondo en mi corazón y no pude evitar sonreir y abrazar tu delicado cuerpo.

Te veías tan pequeño y delicado. Pero no fue hasta que pude sentir tu aroma y que nuestra confianza había crecido cuando sentí que me habías hechizado completamente, el problema es que amabas al inglés.

– Le voy a dar una semana más… si no me dice nada dejaré de proponer cosas a él – Me dijiste un día y no pude evitar sentir como mi pecho se inflaba… tan solo tenía que esperar una semana y con mis encantos caerías en mi pies.

Grande fue la sorpresa cuando un día llegaste agarrado de su brazo y una enorme sonrisa enorme… el te había dicho que sí.

Por lo mismo… siempre que apago la luz, lo hago tan solo para imaginar que estas junto a mi, que puedo sentir tu aroma, tu dulce y delicada piel y que gimes cada vez que te toco, que gritas mi nombre a todo pulmón o incluso para poder pensar que eres tú quien me abraza en medio de la noche para poder sentir que te protejo y eres lo más importante en el mundo para mi.

El griego no podía sacar la cara del turco de su cabeza. ¿Cómo era posible sentir aquello tan rápidamente?
El turco tampoco podía entender, que de su racionalidad, había sido el griego el que había sacado lo peor de él.
– Hola – Murmuró el griego mientras se acercaba al turco, la tienda del turco estaba más fresca que el cálido desierto y una estela de incienso cubría todo el lugar con un aroma de rosas.
– Hola – Saludó el turco, era inútil ocultarle algo a él. Imaginar que tal vez se podía ir o simplemente que lo extrañaría después de aquella expedición era suficiente como para pedir mentalmente la cercanía con el griego.
– Me voy a dormir en nada… ¿Me esperas? – Preguntó el turco mientras comenzaba a guardar aquella pipa de agua que atraía al griego.
– Espera – Dijo el griego tomando la boquilla de la pipa y fumando muy poco de aquella esencia de manzana, para luego abrazar al turco fuertemente. – Tengo frío – mintió el griego para poder sentir los fuertes brazos del turco rodeando su cintura.
El griego no podía sacar la cara del turco de su cabeza. ¿Cómo era posible sentir aquello tan rápidamente?
El turco tampoco podía entender, que de su racionalidad, había sido el griego el que había sacado lo peor de él.
– Hola – Murmuró el griego mientras se acercaba al turco, la tienda del turco estaba más fresca que el cálido desierto y una estela de incienso cubría todo el lugar con un aroma de rosas.
– Hola – Saludó el turco, era inútil ocultarle algo a él. Imaginar que tal vez se podía ir o simplemente que lo extrañaría después de aquella expedición era suficiente como para pedir mentalmente la cercanía con el griego.
– Me voy a dormir en nada… ¿Me esperas? – Preguntó el turco mientras comenzaba a guardar aquella pipa de agua que atraía al griego.
– Espera – Dijo el griego tomando la boquilla de la pipa y fumando muy poco de aquella esencia de manzana, para luego abrazar al turco fuertemente. – Tengo frío – mintió el griego para poder sentir los fuertes brazos del turco rodeando su cintura.
En unos intantes los dos estaban completamente adormilados, pero era el turco el que no soltaba al griego. Sus manos le hacían unas dulces caricias en su espalda, en el cabello, en sus labios hasta  que sintió como el griego entreabría los suyos y mordió el labio inferior mirando con un deseo incontenible al turco.
¿Qué hacía ahora?
Nadie los veía, nadie los escuchaba, no obstante tenía miedo de concretar  algo de lo que luego se arrepintiera, aunque si no tocaba esos jugosos y carnosos labios, sería él quien se lamentaría hasta el fin de los días, así que en un suave movimiento tocó esos deseados labios como si de una  danza se tratara.
El griego estaba extasiado con el dulce, cuidadoso y caliente toque del turco. Las manos del turco viajaron sin pedir ni un pasaporte de norte a sur, de este a oeste como si fuera un terreno inexplorado por nadie. Y el griego tocó, lamió y mordió al turco profiriendo y el respondió clamando una y otra vez la boca del otro.
Gracias a Miyu por su corrección 🙂

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